E$paña: Dos textos del número 4 del periódico Aversión

Transcrito del número 4 del periódico anarquista Aversión: aversion@riseup.net Genial periódico que lamentablemente sólo está en formato papel

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 Editorial

Hace exactamente un año, en todo el Estado español comenzaba una ola de protestas y movilizaciones de lo más heterogéneas. Hace un año también, y en parte impulsados por una necesidad de ser críticos con algunos aspectos de esas movilizaciones de tinte socialdemócrata, «medioclasistas» e irracionalmente pacifistas, y por la necesidad de expresar nuestra postura como anarquistas, decidimos crear esta publicación. Por cuestiones puramente materiales el primer número vio la luz en formato fanzine y decidimos dedicarlo a lo que en aquel momento se denominó mediáticamente spanish revolution, pero, en lugar del nombre actual del periódico, con el nombre de ¡Enrabiaos!.

Decidimos hacer una publicación anarquista, un medio pensado en «nosotros», un nosotros no muy amplio pero sí lo suficiente como para que lo que se refleje en estas páginas pueda aportar algo a la crítica e intentar mínimamente «informar» de una manera distinta a la que rige actualmente en la inmediatez virtual, con un poco de profundidad sobre algunos hechos, y a la vez, cosa muy importante para nosotros en el proyecto, que sirva de espacio para publicar contribuciones e ideas de nuestros compañeros encarcelados. Ya hace un año que comenzamos con el proyecto y, para ser sinceros, todos esos males que suelen asolar a las publicaciones —y hemos participado en unas cuantas para conocerlos— todavía no nos han afectado: el desgano, el sentimiento de obligación, la falta de ideas o material escrito, la carencia de compromiso serio y, a largo plazo, todas esas cosas que hacen que un proyecto así muera (tantas veces disfrazado de un «no hay dinero para seguir»).

De aquellas movilizaciones que en muchos sitios se caracterizaron por ocupaciones de plazas y demás espacios, y en las cuales algunos de los que participamos en Aversión no hemos participado (por decisión consciente) y otros lo hemos hecho mínimamente, han salido cosas negativas —de las cuales no tendríamos que opinar si no fuese porque directamente nos afectan— y otras para nosotros positivas que recuperan aspectos del encuentro con el otro que, si bien ya existían de mil maneras distintas, han tomado forma y aumentado, como las Asambleas de Barrio y las Redes de Apoyo Mutuo[1]. De todo esto y desde una perspectiva anarquista/antiautoritaria recomendamos la lectura de algunos textos de análisis: «Un brindis al sol» en los números 2 y 3 de la publicación madrileña Tensión, el texto «Tésis sobre la indignación y su tiempo» del colectivo editorial Ediciones El Salmón, y el dossier del número 39 de la revista vasca Ekintza Zuzena.

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Hecha esta introducción y más allá de lo dicho anteriormente, algo deja evidenciar que la «protesta social»2[2] parece revivir en estos últimos años y salir del largo letargo que el bienestarismo material se encargó de forjar mediante toda esa lluvia de pesetas y euros, de promesas e ilusiones que hicieron a muchas personas creerse la más antigua de las fábulas del sistema capitalista: que el confort económico individual acabaría con todo el malestar que este Sistema crea y que con una hipoteca o dos se subiría automáticamente de clase social. Muchas personas salen a protestar por «lo que se pierde»: derechos laborales, seguridad social (asistencia sanitaria, prestaciones, etcétera), educación. Es decir, las llamadas «conquistas» sociales. El monstruo que es el capitalismo está hambriento y, como no podía ser de otra manera, se va a comer primero a quien tenga más cerca, a sus pies. Los pobres nunca hemos dejado de ser su carnaza favorita.

Entre las fábulas del capitalismo, otra muy extendida es la de que esas «conquistas» nos convertían automáticamente en co-partícipes de algo. ¿Nosotros, los esclavos, gestionando a medias con nuestros amos y sus defensores el tamaño de nuestras jaulas y cadenas? Los que no nos hemos creído esos cuentos sabemos que esas «conquistas», conseguidas con la lucha y la sangre de los inconformistas de antaño —y no mediante performances, peticiones cívicas o participando en el juego electoral—, sólo eran placebos momentáneos. Pero pese a nuestra concepción negativa, entendemos el actual momento de lucha.

Cuando salimos a luchar contra la reforma laboral, como por ejemplo en la huelga general del 29 de marzo pasado, no es con la idea de que las condiciones actuales sean «defendibles», sino porque sabemos que la situación va a ser peor, y eso es mucho decir con la mierda de situación que ya llevamos viviendo; ni salimos en defensa del trabajo asalariado, la forma más perfecta de anulación que el Sistema posee, sino porque sabemos que las cosas empeorarán. Por eso mismo, cuando luchamos contra las pésimas condiciones de los presos y contra «la cárcel dentro de la cárcel» que es el régimen FIES, no buscamos unas cárceles más humanas sino que queremos verlas a todas destruidas. Cuando combatimos la violencia policial no lo hacemos porque pensemos que una policía puede ser menos violenta o más democrática, sino porque estamos en contra de toda forma de opresión, y la violencia policial —sus redadas racistas, sus porrazos y pelotazos en las manifestaciones— es la que más fuerte nos golpea.

Es difícil escapar a la concepción lineal del tiempo. Seguramente en este mismo texto se asome. Pero no es más que un concepto. La historia de los oprimidos, la única que podríamos considerar «nuestra» historia, nunca puede ser lineal. Por eso, no compartimos la idea de que las «reformas» nos transportan, como si de un cuento de ciencia ficción se tratase, a una época anterior o a los orígenes del obrerismo, o sea, unos pasos hacia atrás sobre esta supuesta línea del tiempo. Aquí es necesario escapar por un momento del concepto lineal del tiempo difundido tanto por las interpretaciones religiosas como racionalistas: no hay posibilidad de mejoría en nuestras condiciones de existencia si se tiene por «mejoría» al perfeccionamiento en las formas de producción, de control, de explotación. Resumiendo: no podemos creernos la idea de que nuestras condiciones de vida —entendiendo un «nosotros» como el conjunto de los oprimidos y los explotados en nuestra realidad europea— son objetivamente mejores que hace 20, 50 o 150 años si tenemos en cuenta que el capitalismo no ha parado de crecer, de expandirse y de modificar sus maneras de colonizar y hacer guerras en el resto del planeta, y al mismo tiempolas guerras a los pobres y rebeldes dentro sus propias fronteras.

Se asoma una noche, una larga noche. Y la noche, recurso fácil tanto de la parábola y la poesía como de todo tipo de escritura, puede representar la oscuridad, entendida como un concepto negativo. En este sentido, se asoman tiempos difíciles y duros, los defensores de lo que reina lo dicen abiertamente en sus discursos y con sus leyes: endurecimientos penales, prohibiciones y amenazas en todas partes, odiosas comparaciones que las anécdotas recientes nos han hecho ver y nos han enseñado como funcionan sus trucos. Pero una noche que más que para dormir nos servirá para despertar de esa ilusión de bienestar que fuera de los confines de la Europa Fortaleza y sus satélites nunca arraigó completamente.

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Todos los fuegos el fuego

Notas sobre la huelga general del 29M en Barcelona

Es difícil hablar de la huelga general del 29 de marzo pasado en Barcelona sin hablar de la reacción de los políticos y del tratamiento mediático, y aunque lo interesante sería hacer un esbozo de lo sucedido sin pensar en el bombardeo mediático, también es una muestra de que la situación ya no es la misma.

Tratamiento mediático

Nada nos sorprende la reacción de los medios, después de todo no son más que representantes de ciertos grupos políticos y económicos, en unos casos, o meros lacayos que van para donde el viento sople. Pero es interesante ver como desde ya un mes antes de la huelga, después de la fallida huelga de trabajadores y usuarios de TMB[3] (donde hubieron cortes de carreteras, sabotajes a autobuses en zonas céntricas de la ciudad y destrozos de máquinas y puertas de algunas paradas de metro) y después de los pequeños disturbios en la manifestación de estudiantes el día 29 de febrero pasado, los medios comenzaron a hablar de encapuchados y de «aquellos que no dan la cara», discurso que enseguida caló en un sector de la población a la hora de hablar de aquellos que revientan un banco o un autobús.

Vándalos, violentos, encapuchados «que no dan la cara» —obviando las consecuencias que acarrea el «dar la cara» en todo momento y lugar—, gamberros, kale borroka, etcétera; la influencia de opinólogos y tertuliadores varios ha entrado rápida e integralmente en el lenguaje de mucha gente, contribuyendo a dejar de lado otros aspectos de más peso con respecto a la huelga y, en particular, ciertas cuestiones fundamentales a la hora de pensar en los disturbios: ¿qué es lo que destrozan estos vándalos y por qué, y contra quiénes se enfrentan?

Lo interesante no es evitar la criminalización ni contrarrestar la propaganda oficial, sino encontrar la manera de que esos discursos no creen una niebla todavía más espesa que impida comprendernos entre nosotros. ¿Qué «nosotros»? Aquellos quienes más allá de sutiles diferencias podemos llegar a un entendimiento y a una aspiración común.

La situación actual

La huelga general —convocada por los sindicatos y secundada por mucha gente que nada tiene ni quiere tener que ver con éstos— fue en parte una respuesta a la reforma laboral, pero no sólo. La situación es asfixiante para mucha gente pero sería un error verla simplemente como consecuencia de una mala gestión, de una pérdida de derechos y más cuentos, porque en realidad es una situación proporcional a la necesidad de reconversión del capitalismo.

Es interesante observar que mientras el lenguaje apocalíptico no hace más que intentar asustar, presentando la situación como «la crisis de las crisis» y proponer un sinfín de reajustes —económicos, pero también sociales, políticos, judiciales—, cada vez más gente se está dando cuenta de que la «crisis» y sus amargos remedios no son otra cosa que la otra cara de la moneda del sistema capitalista. Además, aunque ahora mismo la reforma laboral parece ser el ataque más cáustico contra los explotados, establecer cual de estos remedios es o será el más dañino se está volviendo una tarea cada vez más inútil. La rabia y la desesperación —causadas por los sufrimientos que ya ensombrecen casi cualquier aspecto de nuestras vidas— no tienen hambre de promesas ni sed de esperanzas. Y la oscuridad que traen los que dominan se convierte fácilmente, como siempre, en la aliada perfecta de la furia que no necesita ojos para ver donde golpear.

De hecho, no debería ser tan difícil entender por qué los jóvenes salen a destruir escaparates de bancos, empresas multinacionales y a enfrentarse con la policía… pero también a chocar con los partidos y sindicatos, los gestores de la situación actual. Esa es la parte de la historia que se intenta evitar a la hora de hablar de los «violentos», o sea, la parte que revela hacia donde está dirigida esa violencia.

En 2011 se solicitaron 58.241 peticiones de desahucios: miles de familias se quedaron en la calle por no poder pagar el alquiler o las hipotecas a los bancos, principales interesados en echar a personas de sus casas. No por casualidad los bancos fueron los más afectados —materialmente— por los disturbios de la huelga. No por casualidad, ha sido golpeada aquella usura contra familias enteras que se ven durmiendo en la calle de un día al otro, sin nada, muchas sin siquiera un ingreso: sobre esa violencia no se suelen gastar palabras, y cuando se la menciona, siempre se la minimiza y se la trata de simples «daños colaterales de la crisis». Pero los desahucios son sólo una de las innumerables formas de violencia que los bancos ejercen contra los pobres.

Las muertes y torturas a manos de la policía —que, como bien sabemos, no se dedica a ayudar a cruzar a las ancianas y a rescatar gatos de los árboles— son tan habituales como siempre. Aunque a menudo se la intenta esconder entre los muros de las comisarías y prisiones, se está difundiendo la conciencia de la violencia policial debido a que últimamente, para ver como se ejercita la represión, basta con acercarse a cualquier manifestación, donde a la mínima sacan a relucir sus porras y pelotas de goma. Sorprende que éstas últimas, llamadas absurdamente armas «no letales», aún no hayan dejado muertos en Barcelona[4], aunque los huesos rotos, órganos dañados y ojos perdidos se cuentan por cientos. También cotidianamente en las calles de los barrios pobres de nuestra ciudad la policía hace el trabajo sucio y racista de molestar, increpar y detener a los indeseables, aquellos que no encajan en la Barcelona que tanto gusta promocionar y vender a los turistas.

Rosa de Foc vs Marca Barcelona

Recientemente el Ayuntamiento de Barcelona ha hecho pública la noticia de que se encuentra a la espera de que en un breve plazo se le otorgue la patente exclusiva para el uso de la denominación «Barcelona» como marca y así vender, según sus propias palabras, «productos y servicios vinculados al municipio o a su zona de influencia metropolitana» que sirvan para potenciar «el valor simbólico, el prestigio y la buena reputación» de la ciudad. Nada nuevo. Ya desde la Exposición de 1888 se intenta hacer de la ciudad una marca más que vender, y hoy como en aquel entonces la burguesía local busca eliminar a los «hostiles» a este proyecto. En un contexto así, de limpieza de la ciudad, se puede entender  al Conseller de Interior Felip Puig cuando dice que la huelga en Barcelona fue «la expresión más radical de la violencia urbana en un intento de los vándalos de hacer una huelga a la griega y convertir la capital catalana en la rosa de foc», esto último evocando la quema de iglesias y las barricadas por toda la ciudad durante la Semana Trágica de 1909. La comparación con Grecia no es nueva: desde el comienzo de la revuelta griega de 2008, los políticos hablan del riesgo de que aquella contagie, como si de una gripe se tratara, al Estado español y de que era (y sigue siendo) necesario tomar medidas preventivas; pero está claro que la austeridad orquestada desde arriba —las mismas medidas que afectan tanto quienes viven en Grecia como en el Estado español— puede provocar reacciones similares a aquellas vividas en las calles helénicas.

Los sospechosos habituales y «los que imitan»

Los gobernantes reconocieron que «ya no son los 300-400 de siempre[5], sino que hay unos 2.000 que se suman a éstos», y lo que les jode o asusta es que esos «que se suman» no son sólo una cifra: son la prueba de que los oprimidos tienen una manera de reconocerse como iguales, como explotados, y es mediante el enfrentamiento. Confinar los disturbios del día de la huelga a la acción de un grupo «reducido y marginal» es parte de la estrategia de separación. El «ya no tenemos miedo» se escucha cada vez más en los gritos y se ve cada vez más en los actos. Reduciendo lo que sucedió ese día a un grupo de «profesionales de la violencia» y otros «que los imitan» (que es básicamente la construcción político-mediática de lo sucedido), buscan quitar peso a una realidad que, más allá de lo que intentan difundir, es evidente: la rabia no va a parar de crecer y será proporcional o superior a la miseria en la que buscan sumergirnos. Claramente, si no fuese por el chantaje judicial, el miedo a perder un ojo —o la vida— de un pelotazo, a ser gaseado o apaleado, el número de lo que ellos llaman vándalos sería aún mayor. Pero no nos anticipemos a los hechos.

Mismos fuegos

Las hogueras que ardieron en Barcelona no son un hecho aislado y eso es algo que no habría que olvidar. Por más que repitan hasta el hartazgo el mismo y monótono disco rallado, las mismas frases y las mismas mentiras, sabemos que lo que aquí se vivió está estrechamente conectado con las revueltas que acontecen en diferentes partes, y que guardan una intimidad con esos hechos. Los reajustes del Sistema están afectando cada vez a más gente. Y si los mismos medios se encargan de difundir el famoso «mal de muchos, consuelo de tontos» cuando se refieren a las medidas tomadas aquí, que son las mismas que se están tomando en otros sitios, ¿por qué las respuestas no deberían ser las mismas también? Además, no es como algún delirante periodista afirmó recientemente —que los disturbios de la huelga tienen una matriz aquí o allá[6]—, sino que hay una conexión entre todos los estallidos, como los que sucedieron y suceden en Grecia, Inglaterra, Francia o hasta en pequeñas localidades como Salt, en Cataluña, o en Val di Susa, valle del norte de Italia. Estamos hartos de las cadenas que nos hacen esclavos y de que éstas sean cada vez más cortas, de que la policía golpee a nuestros hermanos por las calles, de que políticos xenófobos se paseen haciendo su propaganda racista con una sonrisa en la cara, de que los planes del capitalismo y su desarrollo nos destruyan. Y eso es lo que compartimos, eso es lo que nos lleva a pensar que el fuego que arde aquí es el mismo fuego, que todos los fuegos son el mismo fuego.


[1]                    Espacios que hacen del encuentro con el otro una capacidad de profundización, organización, acción y lucha. Y aunque siempre se asoman los espectros del asistencialismo, por un lado, y del activismo por el otro, serán en este caso los propios participantes de estos espacios quienes deberán hacer un balance de la situación.

[2]                Lo antisocial siempre siguió protestando.

[3]                La huelga que iban a realizar los trabajadores de TMB (Transportes Metropolitanos de Barcelona) coincidía con el Mobile World Congress. Por lo tanto, debido a la importancia del evento y al pánico de que el normal funcionamiento de la ciudad se viese afectado en unas jornadas donde se mueve tanto dinero, el ayuntamiento hizo concesiones y la huelga se echó para atrás, aunque la de usuarios continuó. El último día coincidía con una huelga de estudiantes.

[4]

Unos días después de la huelga general, en Bilbo, la Ertzaintza vasca mató con uno de estos inofensivos juguetes a un joven, Iñigo Cabacas. En Gasteiz, el mismo día de la huelga, otro joven perdió el conocimiento tras un pelotazo recibido en la cabeza, desde escasos metros de distancia, resultando herido de gravedad.

[5]                Desde hace años que en Barcelona los medios y políticos hablan de un grupo de violentos «identificado por la policía»…primero eran 200, luego 300, etcétera.

[6]                «El brote violento en Barcelona tiene una matriz anarcoitaliana», La Vanguardia, 8 de abril de 2012.