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Ingreso al hall con cámaras de vigilancia que se encuentran en el primer piso contiguo al patio romboide correspondiente al tercer piso del módulo H norte. Hace frío en esta característica mañana de primavera en Santiago. Dejo la silla plástica e el lado de las ventanas enrejadas, suavemente, sin hacer apenas ruido, mientras el funcionario cierra con candado la reja y luego una puerta de fierro.
Las paredes son amarillas y las rejas y puertas azules. Comienzo a cambiarme la ropa: pantalón corto, camisa de manga larga, calcetines y unas zapatillas “Power” de quince lucas, tan alejadas de las marcas de zapatillas deseadas por la población penal. Las dos cámaras de vigilancia se mantiene ahí, inamovibles, perpetuas. Trato de imaginar a su controlador. Uno podría pensar que al otro lado del cable hay un oscuro funcionario leyendo La Cuarta, tomando un café y comiendo un pan con queso y jamón, per no es tan así. Aquí las cosas funcionan.
Tal vez no es un sofisticado mecanismo de control social de alta previsión; tal vez en la Cárcel de Alta Seguridad pasan cosas que no imagina el común de la gente, o al menos la medianamente informada. Pero tampoco podría decirse que la policía está durmiendo. No señor. Detrás de esas cámaras hay un funcionario que observa, estudia, calibra las situaciones, sabe quien es quien, conoce sus rutinas, tal vez hasta sus estados de animo, por algo asiste a os Consejos Técnicos. Si uno lo medita bien, qué extraña, triste y a la ver interesante labor de esa oscura pieza de este laboratorio social.
Comienzo a trotar lentamente en el pequeño hall que es utilizado para practicar deporte por algunos presos. Al llegar al final doblo hacia la izquierda, haciendo una pequeña rotación y luego otro para trotar paralelo a la pared de doce metros. Casi al llegar al charco de sangre lo salto en diagonal y sigo trotando. Llego al fondo, doy la vuelta, y antes de enfrentar la segunda mancha sanguinolenta que trató de ser inútilmente borrada por un preso vertiéndole agua caliente, pero que no hizo más que revivirla y salir de su estado de coagulación, para volver a escurrir, a fluir, a recuperar su color rojo vivo y recordarme los sucesos de la tarde anterior. Jóvenes pobres peleando contra jóvenes pobres. Tratando de quitarse la vida, si es que esto puede llamarse así. Lejos, muy lejos, los beneficiados del sistema ni siquiera se enteran que triunfan día a día. Paso por el lado del segundo charco de sangre, mudo testigo con las cámaras de vigilancia de esta tragedia cotidiana del capitalismo.
El funcionario de las cámaras de vigilancia se echa hacia atrás en su asiento y enciende un cigarrillo. Doblo de nuevo a la izquierda para enfrentar el charco de sangre que hay que saltar. En realidad lo que pasó por la tarde anterior no me impresionó tanto como suponía. El funcionario da vuelta otra hoja de La Cuarta. Lejos, muy lejos, siguen ganando los de siempre. ¿O en realidad es cerca y ganan en nosotros mismos? Salto de nuevo y sigo corriendo.
Hans Niemeyer Salinas
3er piso Módulo H Norte
Cárcel de Alta Seguridad
Santiago
Chile.