Texto: Crónica reflexiva sobre el cerco de lo habitual.

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Crónica reflexiva sobre el cerco de lo habitual.

 El despertador en la mañana le da aviso a Abdel Halim de que su jornada comenzó. Un doméstico y pequeño aparato ha roto el sueño de Abdel Halim y con un estruendoso sonido lo ha obligado a levantarse. Es realmente increíble cómo nuestros movimientos en este tren que llamamos tiempo son limitados y gobernados por aparatos como éste, cuyo corazón no son más que dos tubos energéticos que no superan los seis centímetros, y que la contemporaneidad ha llamado “pilas”. Y no es solo eso, la existencia de Abdel Halim también depende de ese aparato. Sin su despertador se quedaría dormido en reiteradas ocasiones, tendría problemas en su puesto laboral y probablemente el corbatín que se denomina su “jefe” lo expulsaría, el error se volvería a repetir en los trabajos donde requiera madrugar, por lo tanto Abdel Halim estaría obligado a buscar un trabajo nocturno (en donde posiblemente el sacrificio sea mucho mayor y las condiciones laborales sean deplorables para su salud mental y física, propenso a una colapso existencial), una situación que podría terminar como un devastador caos no solo para él, si no que también para su seno familiar (su esposa Lidochka y el hijo que ambos tienen, Ningbé de 6 años de edad). El descanso es el único momento en donde su estructura cerebral y su tráfico psicomotor se liberan de opresivas ataduras. Abdel Halim viaja por sus sueños y su cuerpo se recupera de un violento latigazo llamado laburo, pero apenas han trascurrido tan solo unos segundos de haber despertado, y un segundo gobernador supremo le exige a gritos una esclava servidumbre, es el ministro perfecto que busca reinar en el cuerpo de Abdel Halim a través de la república del tiempo. Su muñeca es el palacio de este evolucionado monarca imperialista compuesto de una pequeña correa de cuero y una diminuta caja metálica que resguarda un temible aguijón capaz de dirigir y limitar todos los movimientos y pensamientos que brotan del desgastado cuerpo de Abdel Halim. El símbolo perfecto de un ente dominante creado por la industrialización se encuentra al costado en un velador. Es el segundo aparato que ha asesinado la paz que había encontrado Abdel Halim, quien termina por obedecer las órdenes de su “reloj” y ha de llevárselo al baño. Asearse bajo la magnífica y atenta presencia de este dirigente de lo temporal se ha convertido en un hecho casi automático.


Comienza lo cotidiano, Abdel Halim lo sabe, su vida es un laberinto sin salida, una cárcel intangible, no palpable pero sí respirable, y cuyo túnel de fuga aún no es encontrado por su conciencia.

 

Se levanta y se va a la ducha, se asea y se arregla. Debe lucir espléndido, sometido a forzadas irradiaciones y estelas de fragancias, debe lucir elegante. El trabajo se ha convertido en una fábrica de estéticas, y no porque lucir bien sea un requisito primordial y necesario dentro de la perspectiva laboral (un vendedor vestido de terno o de civil, es vendedor igual), se trata simplemente de rellenar y ocupar los espacios libres del hombre (bajo manuales y reglamentos “institucionales”) con una serie de normas obligatorias hacia la especialización del trabajo. En la pega cada teñida tiene su precio y su consecuencia. La ropa formal que se ha colocado Abdel Halim es un culto que ha hecho, es respeto (aparte de controlar nuestras costumbres, el capital tiene la desfachatez de burlarse de nosotrxs), y lo peor de todo es que él no ha elegido vestirse así, es un acto que le fue impuesto. Su libertad de elección pasó a ser reprimida por una norma establecida.

 

Mientras termina de arreglarse, su esposa Lidochka va a vestir a su hijo con un militarizado uniforme escolar, lo ayuda a preparar sus útiles de estudio y ayuda también a preparar un enérgico desayuno que les entregará fuerzas para ir a sus sistematizadas rutinas.

 

¡Un rico desayuno para Abdel Halim!, que necesitará de mucho contenido proteico para vender producción de una empresa de telecomunicaciones. Ha vendido su fuerza de trabajo a un puñado de privilegiadxs pertenecientes a la clase dominante, a cambio de un fajo de papeles llamado “salario”. Necesita energías para eso, un buen desayuno no le vendría mal. Lidochka no está para nada alejada de esta situación, su puesto laboral como cajera de supermercados también requiere de una buena alimentación, mal que mal manejará directamente el dineral de sus jefxs, debe trabajar con sus cinco sentidos bien activos y no dejar que ningún/a individux perteneciente a la misma clase social que ella se pase de listx con algún producto de la patronal. Lidochka está atrapada entre los códigos de barras, entre números y símbolos de dinero, sus manos son la escalera mecánica que necesita un/a robotizadx comprador/a y un/a codiciadx vendedor/a. ¡Un buen desayuno no le vendría mal a Lidochka!, necesita de energías para eso.

 

Es cierto, han desayunado para vivir, pero la vida de este núcleo familiar es la cadena alimenticia del capital.


Luego de haber finiquitado sus respectivos quehaceres domésticos y sus preparativos, cada cual toma su rumbo rutinario, sus abarrotados destinos. Lidochka va a dejar a su hijo Ningbé a una estructura llena de normas y reglas propias de la sociedad de clases en donde la construcción de un pensamiento propio y el enriquecimiento vivencial, colectivo y filosófico de lxs niñxs no existen. Un espacio de adoctrinamiento conductual y cognitivo de corte paramilitar que se llama “la escuela” es el lugar donde el hijo de Abdel Halim y Lidochka pasará gran parte del día, enclaustrado dentro de sus paredes. Lidochka abandona a su hijo en la puerta del regimiento y se va a trabajar al supermercado. ¿Qué hay de Abdel Halim?, echó a andar sus piernas y tomó la locomoción. Necesita bajarse en el centro de la ciudad pues allí yace la oligárquica cueva para la que trabaja. El autobús está atestado de gente, se respira cansancio, agotamiento y resignación, y cómo no, si el 30% del salario ganado en el trabajo se va en locomoción durante el mes, es decir, trabajan para poder transportarse nuevamente a su trabajo, un círculo más vicioso que cualquier droga y más mecánico que la misma ingeniería automotriz. Es un rebaño transportado en un corral con ruedas llamado “autobús”, es la locomoción que le transporta esclavxs a lxs amxs, es la máquina que le transporta cuerpos al capital, es el transporte que lleva pedazos de carne a las plantas de procesamiento.


Alrededor de una hora es lo que se demora la micro en llegar al destino que destina la vida de Abdel Halim … hasta que, ¡por fin! Luego de una hora de presenciar agonizantes expresiones claustrofóbicas, una perfecta coordinación entre sus lóbulos cerebrales y su hipocampo lo hacen dirigirse a la puerta del autobús y bajarse para comenzar a plasmar unos repetidos pasos por un sendero de cemento que lo llevará a su trabajo. Son tres cuadras las que Abdel Halim necesita caminar por la ciudad. Su condición de Ser universal ya comenzó a desmoronarse, a atrofiarse. Ha empezado a caminar por túneles sin salida, es una de las millones de hormigas que erosionan el desarrollo de un hormiguero. Miles de personas caminan por su lado empujadas por un credo impalpable, miles son lxs no-libres que tienen instalado el chip de la rutina. Abdel Halim camina en una trampa hecha para él. Baldosas, adoquines y veredas lo llevan directamente a su muerte en vida. Está todo edificado y moldeado para que el capital lo secuestre, estructuras físicas controlan y direccionan el tiempo de lxs enajenadxs, cámaras de vigilancias para verificar que su comportamiento sea el adecuado y no rompa lo políticamente establecido, cuarteles del mercado que custodian la ideología del consumo y la política del endeudamiento, verdaderos castillos que asechan el bolsillo de Abdel Halim, falsas plazas y parques que sirven como territorios de empatías en donde las personas se sientan a descansar, distraerse, soñar y pasar lapsos cortos de libertad y reciprocidad. ¡El aire!, el aire viene poseído, trae consigo un montón de partículas contaminantes producidas por esa asquerosa cúpula de industrias que allanan la buena salud de Abdel Halim, repugnante cúpula que destruye el mundo bajo el “ético” pretexto del progreso. ¿Por donde camina Abdel Halim?. Edificios gubernamentales y de poder observan la fúnebre secuencia de pasos que ahílan su funcionamiento. Grandes rascacielos imponen un glorioso y espléndido ego aludiendo a la “maestra” mente que puede llegar al tener el humano, cuando el humano de glorioso y espléndido nada tendrá mientras en las postrimerías de estas mismas construcciones duerman abandonadxs decenas de indigentes sin recibir ayuda alguna. Paraderos que apapachan al rebaño de siervxs antes de ser degolladxs por la fragmentación de una falsa sociedad. Señales y simbologías que le dicen a Abdel Halim que vaya donde vaya, el capital lo estará esperando. Vidrios y cristales que reflejan a involuntarixs zombis andantes.

 

¿Qué clase de cárcel caótica es ésta? El bosquejo de la ciudad es la trampa perfecta que le tendió el capital. Todo es cómplice de todo. Esa linda armonía cívica nos vende una falsa imagen. La arquitectura del hombre ha sido secuestrada por una especie de manifiesto plutócrata, la ideología del billete y su habitualismo se materializa en el armazón urbano.


Una de estas construcciones lo espera. Abdel Halim ya ha caminado por el callejón oscuro, y su puesto de trabajo le da la bienvenida. Algunxs de sus colegas le dan un caluroso saludo, y cómo no olvidar el saludo de su jerarca laboral, recordemos que este jerarca es una pieza fundamental para su equilibro en el sistema (si esta autoridad llega de mal humor, hasta aquí puede llegar la cosa). El material de venta está listo para ser recibido por la mente y el cuerpo de Abdel Halim, su trabajo es su trabajo y durante una buena suma de horas tendrá que desplegar todos sus esfuerzos y habilidades en inyectarle a las personas la nueva necesidad de la época post-moderna, vender redes telecomunicativas a cambio de más transformaciones culturales (comprar y pagar este tipo de servicios implica un mayor sacrificio familiar, una mayor sobrecarga laboral y por lo tanto, conllevará a una mayor designación de roles), tanto en sus familias como en sus modus operandi (generando una mayor dependencia del hombre hacia el capital). Es su pega, Abdel Halim aún no pierde el derecho de cuestionarla, pero dentro de este manicomio poco y nada sirve, seria el bicho más raro que pudiera pisar este planeta si lo hace, cuestionar la realidad es un delito moral. Estamos resignadxs a aceptarla, sea como sea, es lo que nos tocó (como lo han comentado algunas voces a lo largo de los años).


La jornada es agotadora. Abdel Halim y un compañero de su trabajo llevan horas caminando y ofreciendo un servicio, y al parecer les ha ido bien. El tiempo vuelve a marcar protagonismo. El reloj da aviso de que la hora de reposición alimenticia ya comenzó, hora de almorzar.

 

Un local de comida lo espera, a él y a su compañero. Tiene una hora para reponer sus fuerzas, y mientras degustan un rico plato de comida, conversan y miran un televisor que yace instalado en la sala en que se encuentran. Un canal de noticias ha llamado por un momento la atención de Abdel Halim. En el noticiario resalta un hecho bastante significativo. Hace pocos minutos ha culminado una importante reunión de políticxs, que se han juntado en una mesa de diálogo para proponer mejoras laborales y ayuda para lxs pobres. Unos bonos y unas luquitas más para la clase dominada han sido discutidas dentro del contexto de la creciente economía que ha alcanzado el país. “Lo hacemos por que nuestra economía nos permite hacerlo”, ha dicho uno de esxs políticxs, otro tipo casi con un indiscutible orgullo recalca: “estamos avanzando en la buena calidad de vida de las personas, queremos libertad para todxs, igualdad para todxs”. Abdel Halim sabe perfectamente que lo que acaba de suceder en el mundo político es una burla que le han hecho a la gente. Un grupo de mercenarixs de la burocracia hablando de igualdad, un grupo de viejxs roñosxs y cerdxs asquerosxs forradxs en plata premiando de una manera muy vulgar a lxs trabajadorxs por haber levantado la economía de lxs ricxs. La clase dominante y explotadora, representantes del E$tado y de la política, culpables de todo el sufrimiento y la hambruna que ha pulido a la sociedad, hablando de ayudar a lo que ellxs mismxs han creado. La casta opresora llenándose el hocico con el concepto “libertad”, palabra que no existe dentro de la estructura de vida que han instalado estxs perversxs opulentxs destructorxs de la dignidad.

 

Ha sido suficiente. La comida le entregó las fuerzas suficientes a Abdel Halim para terminar su jornada laboral. La hora del almuerzo terminó, y la necesidad de alejarse de ese aparato televisivo se hace fundamental. Abdel Halim recorre otros tramos de la ciudad para vender lo que le queda de producción, aunque al parecer en horas de la mañana le fue mucho mejor.


El calor lo asfixia, lo enerva, pero ese costo que ha asumido está bajando de intensidad. El sol comienza a ponerse entre las montañas del horizonte. La tarde baja, y con ella también lo hace el deseo profundo de Abdel Halim de llegar a casa y descansar. El material de venta que le ha sobrado tras una ardua jornada lo lleva de vuelta a su trabajo, una breve despedida a sus colegas y a su gobernador laboral lo impulsa a encaminar sus deseos de hogar y regreso. La situación se repite. El sendero, las edificaciones carcelarias, las representaciones simbólicas de una sociedad envenenada y podrida, los paraderos, las masas, las máquinas andantes, los rostros, hasta que ¡por fin!, luego de una agonizante hora de haber sido transportado por la muerte misma, Abdel Halim llega a su hogar, a su refugio, a su nido familiar. Se reencuentra con su esposa y su hijo, el calor de hogar lxs envuelve en su manto. Tienen unas cuantas horas para compartir en familia, la rutina que les implantó el capital lxs ha separado en gran parte del día, poco y nada es lo que se han visto. Disfrutan de la comida nocturna, de un acogedor sofá y de un programa en la televisión, hasta que el peso carcelero de lo habitual se comienza a presentar con el síntoma del sueño. Abdel Halim no conoce libertad alguna, está atrapado bajo sus propios quehaceres, su cuerpo necesita reponerse del engranaje cotidiano, para en un saco de horas más ser embestido nuevamente por aquél engranaje cotidiano. Sus ojos comienzan a trasladarse a otra abstracción, fuera de este mundo perverso lleno de esclavitud. Su cama lo espera, y mientras su mente solo piensa en la estrategia de la supervivencia, su corazón se mantiene alejado de la angustia porque sabe que es posible tocar un mundo hermosamente emancipado, alejado de deudas, salarios, gobiernos, símbolos, depredaciones y servidumbres… y aunque, en cierta parte ese anhelado mundo solo es posible para quienes lo imaginan (y no para quienes lo evitan), Abdel Halim se ha quedado dormido, y junto con ello ha de recuperar las fuerzas suficientes para resistir el cerco de lo habitual.

 

¡Libremente dedicado para quienes sueñan con parajes alejados del ogro del poder y sus energúmenas máquinas!